
... o lo que es lo mismo, plástico. Bajo las siglas de PVC se esconde una combinación de petróleo y sal que dan lugar a ese material que se reblandece ante la acción del calor, puede moldearse fácilmente, y una vez frío recupera su consistencia habitual tomando nueva forma.
Estamos rodeados de PVC. Desagües, aliviadores, canalones, ascendentes, bajadas... vamos, que no hay conducción que se precie que no esté hecha de ese material, por el que trasncurren de diferente manera aguas sucias, heces, micciones, y demás restos orgánicos, desde un vómito hasta el sémen amaizenado tras diez minutos de paciencia contenida.
Está visto pues, que en esas lides evacuatorias, el PVC cumple su cometido a la perfección, siendo capaz de recomponerse y parecer casi aséptico aún habiendo dado cobijo a ese trasiego de líquidos, sólidos y algún gaseoso sin el menor signo de debilidad.
Nada que ver con esos otros materiales más nobles y más humanos, aunque a veces se me olvida que el plástico no tiene corazón. O quizás sí, un corazón de plástico. Por fortuna, mis labios no han probado besos con sabor a petróleo... a menos que en un proceso de reencarnación incomprensible alguna boca recauchatada otros días hubiera sido una boca carnosa y templada..., quién sabe...
Sale del plástico cuando se calienta y arde un olor que me resulta irrespirable, un humo negro y persistente que ensucia todo cuanto le rodea y una imagen de decrepitud que me acerca a la naúsea, así, tan arrugadito, tan amorfo, tan retorcido... y si no te lo crees o no eres capaz de imaginarlo, ponle al plástico del que te hablo forma de fiambrera achicharrándose al calor de un microondas...
Dicen que tienes veneno en la piel... y es que estás hecho de plástico fino...
No hay comentarios:
Publicar un comentario