A veces basta con que alguien te escuche un comentario para colgarte una etiqueta. A veces, basta con a ese alguien no le caigas bien para que de por buena esa etiqueta. A veces, quien te etiqueta es tan ignorante, que da por buena la opinión de los demás y no se toma el mínimo interés en formarse su opinión, a veces, incluso quien crees que te conoce se hace eco de la opinión de los demás a su propia conveniencia.
Es difícil salir de esas espirales sin sentido, habría que morir y volver a nacer para cambiar y aún si esto pudiera ocurrir no garantarizaría que en otra vida fuéramos diferentes. A veces, todo esto es secundario y soportable, a veces, es casi invisble, pero hay dias -y noches- en que la puta que parió al que te puso la etiqueta debería estar retorciéndose de un segundo parto alrevés mientras vuelve al sitio del que nunca debió salir el etiquetador de los cojones!
Dejemos las etiquetas para las prendas de vestir aunque valgan menos de lo que cuestan, para los maquillajes que en vez de dar luminosidad borran las arrugas más bellas, para los bolsos de Prada y para las benditas imitaciones, para no confundir el tocino con la velocidad en las bolsas de congelar, para recordar el tono de unas mechas, para pegarlas en la ventana del buzón de correos, para marcar los juguetes que se le encargan a los Reyes Magos, para rellenar los impresos de Hacienda cuya devolución llegará más tarde de lo necesario,...
Las etiquetas sirven para pegar y despegar, aunque hay algunas que por más que lo intentes no salen ni con agua hirviendo, y aún así, dejan una cresta horrible, como una cuchillada. Es terrible esto de las etiquetas!
A veces, deberíamos pensárnoslo muy bien... antes de poner una.
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